
Cuando niño, iba con mis padres a la playa y lo primero que hacía era caminar por la orilla para ver cuán lejos podía llegar sin que antes una ola borrara las huellas que marcaban mis pies descalzos. Aquella huella pintada de forma perfecta era única e irrepetible. Y aunque algunas adornaban la arena tan solo el instante que el golpe de agua salada les permitía, la ilusión de saber que aún quedaba un buen tramo de orilla por recorrer alentaba mis pasos.
Ahora, cuando al pasar de los años retomo aquella memoria, pienso en el camino que la vida me ha permitido recorrer. Pienso en los pasos que he dado en espacios fértiles que esperan ser marcados por huellas de gratitud, solidaridad, comprensión y amor. Porque dejar una huella sobre arena será siempre un lindo retrato, pero dejar huellas a través de nuestras acciones con los demás, perpetúa. Pienso que al final de nuestro caminar por este espacio de tiempo al que llamamos vida, no se medirá nuestro viaje por la distancia alcanzada, sino por cuantas huellas hayan quedado imborrables en el corazón de aquellos en quienes nos hayamos fijado.
Que no te detengan aquellas huellas que las olas de la ingratitud hayan borrado. Recuerda que mientras haya vida, existirá camino. Solo debes tener conciencia de cuánto valen tus pasos y nunca olvidar a aquellos que dejaron en ti una huella. Cuando te apoyes en tus valores para marcar una vida, no olvides que la forma en cómo lo hagas será lo que te permitirá continuar presente aunque ya te hayas ido.
Pensándome,
Jose Rivas